(Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la antigüedad; el mérito está en imitarlos.)
A tratar de un gravísimo negocio
Se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
Para disimular su inútil ocio;
Y por librarse de tan fea nota
A vista de los otros animales,
Aun el más perezoso y más idiota
Quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
Y el enjambre inexperto
No estaba muy seguro
De rematar la empresa con acierto,
Intentaron salir de aquel apuro
Con acudir a una colmena vieja,
Y sacar el cadáver de una Abeja
Muy hábil en su tiempo y laboriosa;
Hacerla, con la pompa más honrosa,
Unas grandes exequias funerales,
Y susurrar elogios inmortales
De lo ingeniosa que era20
En labrar dulce miel y blanca cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
Que una Abeja les dijo por despique:
“¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,
Jamás equivaldrá vuestro zumbido
A una gota de miel que yo fabrique.”
¡Cuántos pasar por sabios han querido
Con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?
“La Abeja y los Zánganos”
- Tomas de Iriarte, 1750-1791