José Joaquín Fernández de Lizardi
-¿ Por qué yo he de sufrir eternamente
los golpes que me das sin miramiento,
si es el mismo de entrambos el origen
y si de un mismo fierro nos hicieron?
A. esta queja que el Yunque formulaba,
así el Martillo respondió, discreto:
-Ni tu debes quejarte de tu suerte,
ni yo debo jactarme de mi empleo;
con el mislmo metal nos han forjado;
ambos fuimos hechura de un herrero
que sabía las reglas de su oficio
y que obrò, al fabricarnos, con acierto.
Para mazo, serías rnuy pesado;
para yunque, sería yo pequeno;
además, por motivos que yo ignoro,
nos han dado la forma que tenemos,
a fin de qne sirvamos igualmente
en las faenas que cumplir debemos.
-Me rindo a la razón. Me ha convencido
tu discurso sensato. No me quejo,
ni más me quejaré de mi destino;
sino antes bien lo cumpliré contento,
si doy provecho en él, pues soy la obra
de las hábiles manos de un herrero.
¡Oh qué Yunque tan dócil! ¡Qué Martillo
tan justo en sus palabras y tan cuerdo!
¡Cúán felices los hombres, si aprendieran
a seguir con prudencia vuestro ejemplo,
conformándose todos con su suerte
y del Cielo acatando los decretos.
“El Martillo y el Yunque”